De cualquier forma, se tope con la temperatura que se tope, aquellas pequeñas partículas siempre se desprenden de su esencia y exhalan lo mejor de ellas a toda el agua que les rodee. Lo que sí se ve afectado por la temperatura que le dan es la velocidad para que suceda el milagro, pero, al final, siempre sucede: todo se va tiñendo de su tan único color café y, después de haberlo poseído -en verdad poseído- el agua nunca más vuelve a ser igual.