lunes, 3 de septiembre de 2012

Carta para mi novio

Has hecho un cambio grande en mí. Hace un tiempo yo pensaba que mi felicidad se encontraba lejos, que todo lo que dentro quería era ser libre, y eso significaba conocer el mundo. Y entonces parecía escapista y siempre estaba planeando cómo escapar, cómo irme lejos para encontrarme.
Y hoy recordé este pasatiempo e intenté imaginar un nuevo escape; acababa de ver cómo un amigo recorría el mundo y recordé mis deseos de viajar. Entonces me senté frente a un espejo y me imaginé conociendo un nuevo sitio. Intenté pensar en cómo darle inicio a eso, en cómo empezar a actuar... pero sucedió algo extraño: ya no me parecía igual la idea de otro lugar. No quería volar o ir a vivir en otro país. No quería la libertad con la que había soñado (porque viajar y conocer lugares significaba -erróneamente- para mí, mi libertad); no me veía conociendo al mundo sola para ser feliz.
Supe en ese momento que estar contigo significa para mí volar, volar a conocer lindos lugares, y volar a conocerme a mí; porque el amor que gracias a ti conocí en mí es mi tesoro, mis paisajes... mi libertad.

Intenté primero verme siendo feliz por lo que el mundo ofrezca: fama, fortuna o vuelos, pero no pude. Luego intenté verme siendo feliz y... lo primero que vino a mi mente... fuiste tú

Y cuando dejas de buscar, lo ves.

De pronto, todo empieza a encajar. El suelo que pisas parece más estable, más confiable, más seguro; la oscuridad empieza a desvanecerse y alcanzas a tocar los rayos del sol con la mano; y así, sin darte cuenta, sin que esperaras mucho... llegas a la punta, observas la planicie, ves el sol en todo su esplendor. Empiezas a caminar y todo es justamente como lo imaginaste, incluso mejor.

Y así pasó que luego de que siempre buscaste un árbol que te diera cobijo, te guardara, te diera su sombra... dejaste de buscar; pensaste que la vida no era sobre eso y que quizá el árbol sólo existía en tu imaginación.

Y de pronto aquí está; recorres la pradera, la ves y estás extasiado con su grandeza y calidez... caminas y no sientes necesitar nada más; pero pronto, sin saber cómo ha llegado hasta allí, te paras junto a tu árbol; está allí. Desde que subiste a la cima estuvo detrás y no pudiste verlo, no pudiste notar que era él... 




... pero estás allí, recostado sobre sus raíces; alcanzas a ver los rayos de ese sol pasar por sus ramas, por sus frescas hojas. Alzas tu mano y te atrevas a tocar su madera y te contectas, y no hay dudas... lo has encontrado.