Antes la casa sola, las paredes blancas, el refri vacío, la alacena sin muchos trastos.
Entonces regresaba del colegio a preparar el almuerzo, abría bien las cortinas para dejar entrar el gris intenso y me acomodaba a seguir viendo How I met your mother. De tarde a tarde las horas transcurrían de esa manera, y de esa forma parecía que nunca nada avanzaba, que todo se detenía.
Ahora, también abro bien las cortinas, respiro lento el aire fresco y vuelvo a agacharme mientras la palma de mi mano acomoda nuevamente la rubia cabecita que llora porque tiene hambre o quiere un cambio de pañal. Esta vez cuando tengo frío aprovecho y me acerco sus pequeñas mejillas para que ambas nos demos calor, le canto, la acurruco, la duermo y me maravillo al verla respirar.
Septiembre. La misma sensación de que el mundo se ha convertido en la pequeña vista que cabe en las ventanas: el cielo pesado de nubes gigantes. Pero ahora es un frío con corazón tibio. Ahora la lluvia es la canción que más funciona para las dulces siestas de mi bebé.
(Te amo, hijita mía)