lunes, 3 de septiembre de 2012

Y cuando dejas de buscar, lo ves.

De pronto, todo empieza a encajar. El suelo que pisas parece más estable, más confiable, más seguro; la oscuridad empieza a desvanecerse y alcanzas a tocar los rayos del sol con la mano; y así, sin darte cuenta, sin que esperaras mucho... llegas a la punta, observas la planicie, ves el sol en todo su esplendor. Empiezas a caminar y todo es justamente como lo imaginaste, incluso mejor.

Y así pasó que luego de que siempre buscaste un árbol que te diera cobijo, te guardara, te diera su sombra... dejaste de buscar; pensaste que la vida no era sobre eso y que quizá el árbol sólo existía en tu imaginación.

Y de pronto aquí está; recorres la pradera, la ves y estás extasiado con su grandeza y calidez... caminas y no sientes necesitar nada más; pero pronto, sin saber cómo ha llegado hasta allí, te paras junto a tu árbol; está allí. Desde que subiste a la cima estuvo detrás y no pudiste verlo, no pudiste notar que era él... 




... pero estás allí, recostado sobre sus raíces; alcanzas a ver los rayos de ese sol pasar por sus ramas, por sus frescas hojas. Alzas tu mano y te atrevas a tocar su madera y te contectas, y no hay dudas... lo has encontrado.

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