No seríamos esas personas desconocidas que imaginábamos, nos quedaríamos siendo esos niños pero con más pensamientos, más caídas, en ocasiones con menos espontaneidad, y ahora con más crudeza vista, pero con más fuerza y experiencia para volverse a levantar.
A esta edad sólo rompemos esquemas, se nos caen los murales de todo aquello que habíamos construido; casi cada cosa que sucede nos sorprende y nos cambia las reglas. Nos damos cuenta de que estamos parados en arena movediza y siempre cambia; a veces es cálida pero otras fría, a veces nos absorbe y otras nos levanta alto, muy alto.
Está claro: el cambio es bueno, la lluvia es cálida, la soledad nos abraza. Teníamos todo muy bien calculado pero, algo pequeño sucede y notamos que nunca se termina de entender a la vida; y caemos en cuenta que de nadie estamos seguros, ni siquiera de nosotros, porque también cambiamos.
No porque alguien diga que lo que hacemos no tiene sentido será así; la verdad universal no existe. Nadie ve con nuestros ojos y ningún otro corazón se ha oprimido igual que el nuestro. Podemos verlo: esa que nos parecía inalcanzable depende de nosotros, de nuestras manos y nuestra valentía; así hablemos de amor, familia o sociedad, que más bien son lo mismo.
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